"Home is where you hang your hat"

El título de la entrada es lo que me dijo hace un par de días un cowboy de Calgary, hablando de choques culturales inversos, de trotamundos y de inquietudes varias. Razón lleva.

Al llegar al aeropuerto de Calgary percibo un olor familiar (y no era de los donuts de Tim Hortons), el soniquete de las voces en ese inglés tan americano y tan claro al mismo tiempo como sólo se da en Canadá, uno de los muchos voluntarios octogenarios del aeropuerto, con su sombrero de vaquero Stetson blanco, se acerca en su carrito eléctrico y me pregunta con una sonrisa enorme: "Do you need some help, Sir?", le respondo que no es necesario con un movimiento de cabeza y continúo mi camino hacia los mostradores de inmigración. Fotografías de Las Rocosas en las paredes de los pasillos, sin duda estaba de regreso... ¿en casa?.

Noté cómo me subía una especie de calor por las piernas, y esos nervios que se dan cuando te encuentras con álguien a quien no veías hace años, y empecé a darme cuenta de que me invadía la sensacion de vuelta al hogar.

Dentro de un par de semanas hará dos años que pisé suelo canadiense por primera vez en mi vida, y por lo visto, algo más de lo que yo pensaba ha ido cambiando en éste tiempo.
Antes de las vacaciones, llevaba como un mes quejándome de la cultura gastronómica, de la falta de estímulos visuales en las ciudades americanas... pero dos semanas, ni más ni menos, en tierras españolas, han hecho que me dé cuenta de que inevitablemente, Canadá me hace sentir más en mi sitio que mi propio país, ¡vaya lío!.

Para redondear la faena, "mi" camión, el 3084, con el que ya he compartido más de 140.000 kms., me esperaba pacientemente aparcado, así que la sensación de regreso al hogar se ha visto multiplicada por dos.

(Éste es un buen momento para darle al play en el vídeo de abajo)

Mientras cruzaba ésta tarde el sur de Alberta y Saskatchewan, sin apenas tráfico, bajo ese interminable cielo azul que solo se puede disfrutar en las grandes praderas americanas, y viendo las balas de paja que pueblan ambos lados de la carretera, he tenido una especie de sentimiento de culpa por no haber sido capaz de ver, sin necesidad de marcharme éstos días, lo mucho que ofrece un lugar como éste, y ante una de esas increíbles puestas de sol bañando cada espiga de trigo con el rojizo resplandor habitual, bajo los acordes del "Alberta bound" de Paul Brandt, se me han escapado un par de lágrimas, mitad alegría, mitad redención.

Mea culpa, deuda saldada.